Un día como hoy, pero de 1882, nace en Oaxaca de Juárez, José Vasconcelos: académico, escritor y político mexicano; en cuyos ensayos destacó la capacidad de los habitantes de Iberoamérica para iniciar la era universal de la humanidad.
José Vasconcelos es el intelectual mexicano quien proyectó dotar a su país de un sistema educativo y de un marco cultural adaptado a las circunstancias nacionales, abierto a todos. Fundando, bajo ese manto ideológico, el organismo de acceso de la población mexicana a una educación de calidad en el nivel, modalidad y lugar que la demanden, con base en valores como la honestidad, responsabilidad y respeto: La Secretaría de Educación Pública.
“[…] Tomemos al campesino bajo nuestra guarda y enseñémosle a centuplicar el monto de su producción mediante el empleo de mejores útiles y de mejores métodos. Esto es más importante que distraerlos en la conjugación de los verbos, pues la cultura es fruto natural del desarrollo económico […]”
Vasconcelos siempre consideró que la cultura es un mecanismo reivindicador de la raza, y creyó en el mexicano que puede conquistar el espíritu, el intelecto y la grandeza. Se erigió en defensor de la raza ibera y el portavoz de una cultura emergente. Su filosofía se convirtió en el baluarte del hombre nuevo, del hombre iberoamericano, que superará a sus enemigos los anglosajones, por el espíritu, ya que ellos no logran alcanzar conceptos y valores universales.
En una actualidad como la que se vive, donde el conflicto, la incertidumbre y la desmoralización, opacan la mirada a la razón por parte de la ciudadanía, no hay más que recordar las voces y hacerlas propias; fundar la acción en base al deber y tener tatuadas siempre las palabras de los forjadores del país. País nuestro, y no de nuestros enemigos:
“Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofía […] Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nuestros enemigos, si se quiere de una manera sincera, pero con el propósito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros. De esta suerte nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia irreparable del oriental. La rebelión de las armas no fue seguida de la rebelión de las conciencias […] Comencemos entonces haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia.”
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